domingo, 21 de junio de 2009

TRAVESÍA POR UN PLATEADO

¿Qué horas son?...Ya no alcanzo a comprarlos, pensó ella al comprobar que el reloj marcaba las 9:30, y hasta ahora salía de su casa. Una blusa blanca y jeans entubados, era su vestido aquel día. Había decidido no maquillarse, pero sí recogerse el cabello. Parecía que esta vez el tiempo estuviera en su contra. Fueron diez los minutos que tuvo que aguardar la buseta, y dos los trancones que la retardaron aún más para su encuentro, que como de costumbre, se realizaba los viernes de cada semana.

Mientras aguardaba que “algún día” la buseta la llevara a su destino, ella decidió echarle un vistazo a su bolso negro, el que siempre llevaba a aquel barrio. Cámara, cuaderno, lapicero, sombrilla y espejo. Todo era normal. Aunque…falta algo. Pensó mientras revisaba una, dos, y hasta tres veces su bolso. No lo podía creer, faltaba lo más pequeño, pero no por eso menos importante en sus viajes. Sin embargo, recobró la calma al recordar que eran muchas las tiendas que había en el lugar que visitaría.

Al fin a las 10:25, ella llegó a la esquina en la que la esperaban sus tres compañeras de travesía. A medida que avanzaban al Barrio Uribe Uribe, donde realizaban desde hacía varias semanas explotaciones, ella no podía sacar de su cabeza lo que faltaba en su bolso. Miraba de un lado a otro con la esperanza de hallar una tienda y lograr saciar sus ansias. No era un vicio, simplemente unos deseos interminables de tener aquello en su boca.

Una, dos, tres, cuatro, y hasta veinte cuadras atravesaron las cuatro chicas para llegar a la casa del presidente de la Junta de Acción Comunal, que además resultó ser el hijo del fundador del barrio. Durante la caminata al lugar, ella entraba de sitio en sitio, en busca de su diminuto compañero. Y aunque no era por ser exigente, este debía ser plateado. Consideraba que era el único que lograba deleitarla, aunque este de hecho no fuera el original, pues luego de divagar en su historia se dio cuenta que primero había sido amarillo antes que plateado.

Fueron siete las tiendas que visitó. Pero en ninguna lo que buscaba halló. Sus tres compañeras, intrigadas, preguntaban qué era lo que con tanta insistencia buscaba de un lado a otro. Ella sin embargo, no podía explicarlo, solo sabía que su dicha tenía un color, y no era el amarillo que encontraba en todos los lugares.

Luego de una larga entrevista con el Jefe de la Junta de Acción Comunal, las chicas descubrieron que ya eran las doce del día. Airosas partieron del Uribe Uribe. Al fin habían logrado encontrar en casa al escurridizo hombre, al fin tenían en sus libretas, la historia del Barrio. Sin embargo había una que se alejaba apesadumbrada de aquel lugar, uno, porque había comprobado una vez más que su pasión por los chiclets, era difícil de controlar, y dos porque aún le parecía imposible, que de todos los barrios que había visitado en Ibagué, era el Uribe Uribe el único que no vendía a sus pobladores y visitantes, Tumix plateados.

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